Si la entrega anterior se centró en el principio constitucional sobre el cual se debe erigir legítimamente la transformación de la agricultura y, en consecuencia, el retorno de nuestra alimentación “a la mexicana”, tal como fuera sustento de la salud milenaria de nuestros ancestros y de una parte de los mexicanos modernos que no adoptaron la “dieta gringa” a base de comestibles modificados (con saborizantes, colorantes y estimulantes del apetito) cada vez más peligrosos para una vida saludable y larga, en esta página profundizamos en el proyecto alimentario alternativo de la 4T, concebido como un semillero revolucionario (que podría ser de alcance mundial) para combatir en primer lugar el hambre a la vez que la malnutrición de nuestro pueblo, incluidas todas las clases sociales.
Simultáneamente, se pretende recalificar al alza la labor campesina mexicana como nuevo poder de la democracia en la producción, la calificación laboral y en el engranaje de la sociedad; de tal manera que, si hubiere emigración, su valor en el mercado del trabajo tanto nacional como internacional fuera duplicado o multiplicado por sus conocimientos, prácticas y costumbres ejemplares en el proceso de la producción hasta el consumo de alimentos básicos de origen mesoamericano. Y, en tanto sujetos (y no objetos) de la historia de nuestro país, recuperarían, además las condiciones materiales para aplicar sus conocimientos y prácticas ancestrales (en vez de repetir las recetas de siembra y cosecha de otras sociedades), de tal modo que revolucionarían la alimentación de la población urbana hasta lograr transformar la concepción del cuerpo, la naturaleza, el trabajo digno, la economía… en fin, de la población mexicana.
De paso, se convertirían, campesinos, mujeres y hombres, en comunidades productivas como modelos sociales para el mundo y, sobre todo, ejemplo vivo de que la salvación de las sociedades no está en el llamado progreso tecnológico (que no necesariamente científico) sino en el manejo humano insustituible en la producción de alimentos que alimenten, como son los policultivos en general y en particular los que tienen como ejes del conjunto alimenticio, el maíz, el arroz y los tubérculos farináceos, pues los cereales de la familia Triticum exigen por sus características botánicas particulares, ser cultivados por separado en monocultivos que han desertificado países, empobrecido los suelos, contaminado las aguas dulces con sus desechos químicos y las saladas con sus indispensables empaques para comercializar los productos. Sin contar la epidemia mundial de obesidad con todos sus inconvenientes individuales y sociales.
El único futuro para la humanidad con los policultivos probados durante milenios como propicios para la reproducción humana y animal. Son la única tecnología-científica, probada en forma más que suficiente, que permitirá usar los recursos de la naturaleza y preservarlos simultáneamente. No hay discusión al respecto: los monocultivos agotan los suelos y fue esto la causa del expansionismo guerrero de los pueblos que practicaban estos cultivos, De Mesopotamia a Escandinavia, y más tarde en Norteamérica.
Como sea, la apertura del debate para luchar por las buenas decisiones, no sólo para nuestro país, sino para empujar a la mayoría poblacional del mundo hacia la recuperación de sus ancestrales policultivos respectivos, sería abierta por nuestro país si logramos explicar y sensibilizar a nuestro gobierno, porque nuestro pueblo campesino y el emigrado ya lo saben.